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domingo, 5 de diciembre de 2021

 

UNA VEZ MÁS… ETERNAMENTE

Prosa poética de Alberto David Ripoll

Una única estrella iluminaba la noche cuando llegué a la parte más elevada de la colina. Había avanzado dificultosamente, no por lo empinado de la ladera, sino por el interminable cúmulo de rocas que se empeñaban en cercarme por todas partes, como si el bombardeo que había provocado esa destrucción hubiera tenido como único objeto impedir que yo alcanzara la cumbre de aquel promontorio espantoso. Pero conseguí llegar y pude sentarme, jadeante, sobre uno de los cascotes de lo que un día debía de haber sido un templo; tal vez una logia o la sede de una hermandad secreta. Me lo indicaban los símbolos incomprensibles que encontré pintados sobre la cara de algunos bloques que a duras penas se habían mantenido más o menos intactos. Aquellos trazados cabalísticos, aquellas cifras, aquel alfabeto…

            Allí sentado, contemplé, desde la cima solitaria la inmensa llanura arrasada, el interminable desierto de escombros de lo que un día había sido una gran ciudad; la capital de un imperio poderoso. Apenas recordaba su nombre; el estruendo de las explosiones, los gritos de los moribundos, los atropellos de las masas de desgraciados que huían y el golpe tremendo que recibí al caer abatido por una lluvia de cascotes, habían borrado parcialmente mi memoria. Incluso había olvidado la vieja lengua. Un ejército gigantesco, como hormigas voraces, había avanzado empuñando banderas rojas que agitaba furiosamente desde las escasas torres y edificios que aún permanecían en pie. Todo había terminado para nosotros. ¿Habría un nuevo principio? Me encontraba exhausto, deprimido, sin ánimo para continuar; deseaba terminar. ¿Cómo podía darse un nuevo comienzo?

           De pronto, me pareció que la colina en la que me encontraba se volvía más luminosa y, al alzar la cabeza, pude ver que el cielo se había llenado de estrellas; en apenas unos segundos. Y fue entonces que caí en la cuenta de que muy cerca de mí se encontraba un árbol; pobre y deshojado, pero aún vivo y de ramas gruesas. Sobre una de ellas se agazapaba una oscura figura de aspecto antropoide; un ente que se ocultaba el rostro entre las manos, como si sintiera vergüenza. Tardé un instante en comprender que no había tal vergüenza, sino que intentaba disimular una sonrisa maliciosa.

                “Puedes verme, ahora debes verme…”


            Un mero susurro, pero cuyas palabras distinguí perfectamente. Y contemplé su rostro. Era un hombre joven, de rostro pálido y ojos oscuros; su cabello, también negro, apenas se agitaba con el viento, cada vez más intenso, que había comenzado a levantarse. De un salto bajó de la rama y en dos pasos estuvo a mi lado. Se sentó sobre una roca. Pude ver su cuerpo semidesnudo, atlético; orejas alargadas y puntiagudas, nariz escasa, labios delgados, dientes blancos. No cesaba de sonreír como un niño travieso. Su presencia me inquietaba y deseé huir de aquel lugar, pero no tenía fuerza. Algo me ocurría. Me sentía cada vez más débil.


            -¿Quién eres? –le pregunté.

            -Tú me conoces –fue su respuesta.

            -No sé de que hablas. No sé quién eres.

           -Sí lo sabes, pero no lo recuerdas –replicó esta vez.

           -Yo jamás hubiera sido amigo de alguien como tú…

            Entonces soltó una risa estrepitosa cuyo eco se expandió de piedra en piedra por toda la colina.


-No, no, no –sacudía sus manos al negar-, yo no he dicho que fuéramos amigos. Yo, en realidad, no soy amigo de nada ni nadie. Mi existencia toda es la soledad. Miles de años de soledad. Porque yo soy muy viejo, ¿sabes?

            Me sentía cada vez más débil y me costaba hablar, pero finalmente reconocí su rostro. Lo había visto en algunos grabados, pocos, porque no se le solía representar y, además, se le confundía con otros entes. Pero recordé su nombre: Dämon. No era ese que llamaban Satán, nada que ver. Este ser, este pequeño diablo, era el destino inexorable. Y hasta allí me había acompañado. Y casi sabía cuál iba a ser la pregunta que iba a formularme.

            -Todo ha terminado –me dijo-, mas aún puedes continuar. Has llegado a tu final, pero no tienes que dejar de vivir, aunque tu existencia ya no tenga continuación.

            -¿Quién dice que mi vida no puede continuar? –pregunté angustiado, porque había algo que empezaba a comprender, aunque no podía admitirlo.

            -No tienes más que mirarte… y sentirte. Todo ha terminado aquí –y así hablando, extendió su mano, abarcando mi cuerpo de la cabeza a los pies, y yo, efectivamente, me contemplé. Miré mis piernas y me vi, de pronto, yaciendo sobre la hierba oscura, y me encontré en un charco de sangre; aun a la luz de aquellas estrellas era perfectamente visible. La sangre era cálida, pero mi cuerpo estaba cada vez más frío y débil. Y recordé que había abandonado la ciudad destruida tras escapar de una montaña de cascotes bajo la cual había yo quedado sepultado. Todo mi cuerpo estaba destrozado. Me había deslizado hasta aquella colina para morir.


            -¿Quieres regresar? –me preguntó el demonio. -¿Quieres volver a vivir todo de nuevo? No te hablo de ser otro, sino tú mismo. Volver a tu misma infancia, a tu adolescencia y madurez. Volver a vivir cada uno de los instantes, como ya los habías vivido antes de venir a este mundo.

    A mí, escapándoseme la vida, me costaba decir palabra, tan solo el movimiento de mis ojos mostraba, quizás, mi confusión.

            -¿No recuerdas –continuó el demonio- que ya hemos tenido miles de veces esta conversación? ¿Cuántas veces me has dicho que sí? ¿No recuerdas que ya te dije que volveríamos a vernos? ¿Qué todo sería exactamente igual? Solo tú puedes hacer que sea diferente.

          

-¿Eres acaso…? –acerté a preguntar. Pero él me interrumpió:

            -Todos y cada uno de los instantes que ya has vividos, con su alegría y su dolor, todos volverán, y así también el momento presente. Dime “sí” antes de renacer con el nuevo universo, o dime “no” antes de desaparecer para siempre con el universo que se quema. Pero si renaces, no serás otra cosa que lo que has sido; y todo tal como fue. No habrá otra gloria ni otra miseria.Y ya no dijo más. Con la última fuerza que me quedaba susurré yo mi último “sí”. Entonces, el viejísimo demonio de aspecto joven se puso en pie y desplegó sus alas y su vuelo último no pude seguir porque se perdió en el cielo insondable de la noche. Un frío helador se apoderó de mi cuerpo mientras la oscuridad se apoderaba de todo. Comprendí que el universo moría; este universo al menos, el universo que yo había habitado. Ante mis ojos vi caer las estrellas y avanzar el hielo imparable. La gigantesca serpiente Uróboros surgió en aquel firmamento agonizante y comenzó a devorar su cola. ¿Cuántas veces la había visto? Incalculables… No había Nirvana, no había cielo; solo yo, afirmándome fieramente en la vida.

            De pronto, todo cambió. Vi un camino solitario, una carretera, una autopista… Las estrellas habían vuelto. Yo también volvía. Yo volvía y todo volvía conmigo al tiempo que olvidaba. Volvería el dolor, volvería el placer, la victoria, la derrota, y siempre exactamente igual y en el mismo orden. Y al final, volvería el demonio a hacerme exactamente la misma pregunta. No podría cambiar absolutamente nada de lo ya vivido, pero yo retornaría. Merecía la pena.

            Pero ahora, yo olvidaba, olvidaba, olvidaba…

         



miércoles, 8 de septiembre de 2021

 

DE LEYENDAS Y VERSOS SUS SUEÑOS TRABADOS

(Poema de Alberto David Ripoll)

I

De leyendas y versos

sus sueños trabados

a través de la llanura bajo centellas de escarcha

trotaba solitario un príncipe guerrero

de regreso a su patria.

Una niebla real o soñada de recuerdos

y presagios

su pensamiento confundía

como palabras de enigmas

de una falaz hechicera.

Los rasgos difusos de una amada doncella

princesa de su patria

lo agotaban con falsas visiones de caminos floridos

y senderos de fábula a través del bosque.

Mas aquella región era el páramo seco

de la estepa maldita y de Dios olvidada.

 

II

De leyendas y versos

sus sueños trabados

cabalgó el guerrero

a través de un bosque de abedules inmensos,

infinitos dedos infernales,

de gigantes moribundos el cielo parecían querer desgarrar

y a cada golpe en la hierba que su caballo asestaba

un poco más atrás con un gracias a Dios

el páramo maldito dejaba.

Así, con los ojos inundados de lágrimas

a una posada generosa llegó

como oasis bendito a su corazón ofrecida.

Allí el posadero a la mejor cámara le guió

despreciando las cuatro monedas de oro

que la efigie de un zar poderoso

lucían brillando en su mano cual encantamiento.

 

"Honor es más bien para todos tenerte con nos,

valiente guerrero

y dormirás esta noche olvidando todo pesar... ".

 

III

De leyendas y versos

sus sueños trabados

la habitación le acogió con cálido abrazo,

llamas silentes en el hogar amistoso

como duendes danzaban

ante sus ojos.

Y sobre trabajada repisa de caoba

centelleaba el icono dorado

de la Madre de Dios,

y allí junto a él

el retrato perfecto de una rubia joven

de incomparable belleza.

Y algo despertó en el corazón del guerrero,

recuerdos del paisaje de antaño, su tierra,

los días de su infancia con ríos y lagos

y caminos del bosque.

 

"¿Quién es ella? La más preciosa princesa que

zar alguno engendrara. ¿Una rusalka?"

 

Mas el posadero nada a decir acertó

y allí cundió el silencio  

hasta el momento del sueño.

 

IV

De leyendas y versos

sus sueños trabados

se rindió el guerrero al abrazo de la callada virgen,

sus suaves y níveas manos así lo empujaron

a ese limbo -témpano o nube-

de donde ya no se vuelve,

Imperio del Claro del Bosque,

luz que se extingue de una cabaña en la maleza.

Oh voz del guerrero:

 

"En los días de infancia

tú estuviste a mi lado,

tú corriste conmigo por prados eternos

y casi llegué a amarte,

mas yo maduré demasiado deprisa

y hube de abandonar ese cielo perfecto

en que ambos morábamos,

mas ahora vuelvo a tu lado".

 

Y así hay reencuentro,

y así hay labio y mejilla,

y en la cópula última

se adentra el guerrero en un sueño insalvable

donde nostalgias se amansan

y parece el Edén un día abruptamente dejado.

 

“Ahora, esta vez, al fin, para siempre...”

 

V

Pero poco el sueño dura,

amargamente despierta,

el calor de la sangre su garganta toda inunda,

abrasado por dentro y por fuera por una fiebre misteriosa,

dolor infinito desde sus venas

abiertas por la mordedura de la amada…

una sombra maligna… una bruja…

vurdalak de los bosques más recónditos.

 

“Rusia, eres sombría, tierra oscura y triste,

eres bella, una joya, tienes un brillo dorado que nos deja ciegos,

y una maldición, eso eres”.

 

De leyendas y versos

sus sueños trabados,

bajo la hierba fresca yace el guerrero.