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domingo, 5 de septiembre de 2021

 

DE ZARATUSTRA SOLO EL NOMBRE. UNA ACLARACIÓN ACERCA DEL PROFETA INVENTADO POR FRIEDRICH NIETZSCHE.

Ensayo de Alberto David Ripoll

La marcha agotadora de miles de años de decadencia occidental no podía detenerse con la prédica de un visionario persa que veía a la humanidad y al universo todo, sumido en un enfrentamiento perpetuo entre el Bien y el Mal. Zaratustra, Zoroastro, el profeta desplazado de su tierra natal por la irrupción del islam, que borró su huella en Oriente Medio y le arrebató a sus adeptos; había predicado una lucha continua entre los dos principios opuestos. Existía una deidad benigna y otra maligna (Ahura Mazda y Arimán) , hermanos gemelos de hecho, que se encontraban eternamente en conflicto; ambos eran más o menos igual de poderosos, si bien la deidad del Bien tendía a prevalecer, razón por la cual todos los hombres debían, igualmente, entregarse al Bien y combatir el Mal.  

            Zaratustra desarrolló la prédica de sus visiones entre los siglos XIV y XIII a. C. Su religión, llamada mazdeísmo, llegó a convertirse en la religión hegemónica en el Imperio Persa. Prevaleció, de hecho, en la región hasta bien avanzada la Alta Edad Media, cuando Mahoma desplazó como profeta al antiguo visionario persa, cuya figura histórica comenzó entonces a oscurecerse más y más hasta confundirse con la pura leyenda.

            Esto es todo. Nada más nos interesa, como nietzscheanos, de este personaje; y esto es así porque, como ya se ha dicho, Zaratustra-Zoroastro predicó los principios del Bien y del Mal y la creencia en un dios poderoso que obraba el Bien y que era el objeto principal de culto; es decir, la moral que siglos más tarde cristalizaría en el Judaísmo, el Cristianismo y el propio Islam. Por eso Nietzsche no podía sino abominar de ese profeta, tanto como lo hacía del propio Jesucristo.

            En su frenesí por anunciar la muerte de Dios –el final de la fe en un principio absoluto, en un ser todopoderoso que rige la vida del ser humano y lo esclaviza- Nietzsche desentierra a Zaratustra, lo trae de nuevo a la Tierra, no para exaltarlo y rendir culto a sus dioses, sino precisamente para redimirlo y convertirlo en anunciador de una verdad que no fue la suya histórica: la llegada del hombre nuevo, el hombre superior  (Übermensch) que habrá de liberarse de la vieja moral esclavizadora. El nuevo profeta renacido, parido misteriosamente por la mente del pensador alemán en los momentos iniciales del ascenso del poder económico y militar de su patria, viene a este mundo para repudiar y enmendar los siglos de declive que –según él- pesan sobre el mundo occidental desde la aparición de Sócrates. La irremediable decadencia que Nietzsche ve en la filosofía griega posterior a éste, en la Escolástica cristiana, en el racionalismo, en la Ilustración, en Kant, en el propio Idealismo Alemán; todo ha de ser superado y subsanado por una maravillosa “vuelta atrás”, a los tiempos anteriores al socratismo.

            Nietzsche amaba y exaltaba la Grecia salvaje, la Grecia de las grandes celebraciones báquicas en honor del joven dios llegado de Asia: Dionisos. El nacimiento de la tragedia griega, la poesía dramática y la música íntimamente asociada a ella, estuvo inspirado por la figura de la nueva deidad. Este espíritu se materializaba especialmente en las tragedias de Esquilo; también en Sófocles, comenzando a morir con Eurípides.

            En esa época, según Nietzsche, se dio una armonía entre el espíritu dionisíaco (el instinto de la tierra, el desenfreno, lo no racional) y el apolíneo (razón y rectitud, el mundo de la filosofía). Con la aparición de Sócrates y su prédica, el principio apolíneo comienza a imponerse hasta eclipsar completamente al dionisiaco, que llega a desaparecer. Todo el siglo V ateniense, ese esplendor que ha sido el ideal de Occidente, es contemplado por Nietzsche como el germen de nuestra decadencia. A Sócrates seguirá Platón (cuyos diálogos son para el pensador alemán paradigma de la moral apolínea); después de éste, Aristóteles transmitirá al Cristianismo el irremediable veneno que prevalecerá en la Escolástica. Para él, nostálgico crónico del viejo politeísmo, Sócrates plantó la semilla del monoteísmo que fructificaría con la religión judeocristiana medieval. La multiplicidad de los dioses representaba la variedad de los impulsos terrenales (pasión, ira, venganza…), mientras el monoteísmo es un poder absoluto que no puede representar el sentimiento del hombre, que es ajeno a esta tierra.

            La muerte de ese Dios (con mayúscula), es vislumbre de una posibilidad: la de la elevación -como antaño ocurría en las celebraciones báquicas a través del ritual mágico del vino, la música, la poesía dramática- sobre la condición humana. Saltar el puente que nos conecta con el animal inferior y abandonar el estado transitorio de hombre; dar el paso hacia ese ser superior llamado Übermensch (por encima de lo humano); superhombre, encarnación de un poder semejante al que un día poseyeron los dioses del antiguo panteón; el de ser señores de su destino y amarlo, aceptándolo; afianzándose en este mundo como sujetos, no soñando con un más allá.

            Los valores de la vieja moral (el Bien, el Mal) sostenidos por Sócrates y después por la Iglesia no sirven al superhombre. Son valores que desprecian la vida, que engañan con la ilusión de una existencia no terrenal (“moral de esclavos”). Esos mismos valores, esa moral, ya los predicó el viejo Zaratustra persa siglos antes de Cristo. Por eso Nietzsche lo traerá de vuelta a este mundo para que anuncie, esta vez, la nueva verdad: la muerte de Dios y la llegada del hombre superior. Esa fue la intuición que Nietzsche tuvo en su refugio suizo de Sils María, “a 6000 pies sobre el nivel del mar y a aún más distancia sobre cualquier cosa humana”. La atracción de las cumbres, los lagos, la naturaleza infinita y la soledad; cadena de visiones, una tras otra, a borbotones a través de sus labios y en ríos de tinta sobre el papel.  

    
       
Este Zaratustra es, pues, otra entidad con el mismo nombre; de ahí la geografía imaginaria a través de la que se mueve –Bunte Kuh (Vaca Multicolor), etc.-. Poco más que un nombre; igual podría haber elegido “Jesucristo” para nombrarlo, pero eso habría supuesto ir demasiado lejos en la blasfemia; el escándalo no era lo que Nietzsche buscaba, él nunca atacó a la autoridad sacerdotal; eso no iba con él, no era un revolucionario. Desempolvando a este milenario profeta casi olvidado, encontraba su trasunto ideal. Renacido, redimido; maduro para la nueva era.

            El siglo XX que se avecinaba, tendría noticias de él.

           

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