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martes, 7 de septiembre de 2021

 

INTELECTUAL, FILÓSOFO… ASESINO DE MASAS.

(Relato de Alberto David Ripoll)

 


Creo que no carezco de sentido del humor. Durante mis años berlineses me permití más de una visita al cabaret y mucho me costó, en ocasiones, no reírle los chistes al clown de turno que parodiaba los avatares de la vida política de la Alemania de Weimar, por más que esos chisten fueran vulgares y el sentido de la broma más que obvio. Claro que yo era un hombre mucho más joven; otra persona.

            El caso es que, hace pocos días, recibí la visita de un veterano de aquel mundo pretérito; un inflamador de las noches del Berlín prehitleriano, un auténtico camaleón político, además de un tremendo caradura. Se trata de Dirk Hagenau -la grafía es imprecisa o, simplemente, completamente rehecha, ya que su pasaporte ha experimentado diversas transformaciones y sufrido retoques necesarios para facilitarle su arribada a este país-; un superviviente nato del torbellino centroeuropeo. Prefiero no indagar en lo que llegó a hacer durante la guerra -dejemos de lado si simpatizó o no con el nazismo-; quiero decir que prefiero no enterarme de los líos en los que pudo verse involucrado y a qué personas y favores debidos tuvo que recurrir para escapar, tras el  hundimiento final, a los sabuesos del Ejército Rojo que le pisaban los talones a todo ciudadano de habla alemana mínimamente sospechoso de coquetear con el viejo régimen. Y por supuesto, no deseo enterarme de a cuántas personas pudo llegar a salvar o a traicionar.

            Dirk tiene, eso sí, un gran sentido del humor y es muy gracioso. No en vano trabajó como cómico en diversos locales nocturnos de Berlín. Solía contar chistes y ejecutar parodias. También dibujaba con mucha gracia, siendo que sus caricaturas, aunque aparecidas en publicaciones de poca monta, dejaban identificar muy claramente al desgraciado político, general o banquero que caía bajo la red de su saña. Ni que decir tiene que con la llegada de los nacionalsocialistas se le acabaron los días de gloria. Sobrevivió porque nunca se ensañó especialmente con las fuerzas conservadoras, habiendo zaherido con sus pullas tanto a un polo político como al otro. También tuvo siempre algo de espíritu oportunista, así que cuando se le ofreció la ocasión de medrar confeccionando chistes gráficos en los que deformaba hasta la perversión a judíos y a personalidades liberales, no le resultó demasiado difícil cambiar de barco y saltar a una nave más prometedora que lo condujera a un puerto más seguro.

Pero de esto hace ya muchos años y en la actualidad mi amigo no se mete con nadie que pueda hacerle daño. Sabe que los signos cambian, que los caudillos no son eternos. Su actual preocupación principal es asegurar su futuro y mostrarse adulador únicamente en lo mínimamente necesario. Hablar bien del régimen actual en los encuentros profesionales sí, por supuesto; pero nada de señalarse a sí mismo en presencia de diplomáticos extranjeros.

            El cúmulo de extravagancias que conforman la biografía de Dirk se culmina con su lugar de nacimiento. Su ascendencia parece ser completamente alemana, pero tuvo la mala fortuna de venir al mundo en la ciudad de Reval; llamada Tallin por los estonios. Esta ciudad ha atravesado muchas penurias y avatares históricos: ocupación nazi despiadada, destrucción en la guerra y, finalmente, comunismo carroñero. Pero este ciclo a Dirk ya parece traerle sin cuidado.

Supongo que Reval poseerá sus encantos y maravillas. Sin embargo, hay dos hijos suyos –sin contar a Dirk, claro- que me provocan una indecible repulsión, una desconfianza frente a los diletantes que demasiadas veces toman en sus manos los destinos de las naciones. Tengo algunos conocidos aquí en Madrid – aún en este extraño año de 1955, con tantos cambios como estamos viviendo- que han caído en la trampa de la fascinación esotérica; gente que no es capaz de hacer distinción entre un filósofo de verdad, por un lado, y un charlatán divagador, propagador de materias intrascendentes, por el otro. Esto último es de lo que más tiene el personaje al que ahora, inevitablemente, voy a referirme; hijo, como digo de Reval.

            Fue hace un par de días, durante una de las visitas de Dirk, cuando volví a escuchar el nombre de Alfred Rosenberg, el filósofo –llamémoslo así-, el intelectual y teórico del nacionalsocialismo. Fue más que una mera rememoración del personaje; fue como si lo hubiera tenido de paso por mi casa, una aparición fantasmal. Pude verlo y, por primera vez en mi vida, escucharlo, tras muchos años de haberlo leído.

Yo poseo un proyector de cine en el que, privadamente, suelo pasarme las viejas películas mudas de mis tiempos; esas que, junto con los libros, me han convertido en el monstruito que soy. Las amenizo poniendo algún disco de Richard Wagner, Carl Orff o quien me apetezca, dependiendo del argumento y de mi estado anímico


Pero qué sorpresa cuando Dirk se presentó en mi casa, todo sonriente, proponiéndome un viaje al pasado. Traía consigo un rollo de película que no se qué conocido suyo había salvado de unos archivos berlineses. Se trataba de una breve filmación en la que Rosenberg, sentado ante su escritorio, se presenta a sí mismo a un público al que no vemos y relata su vida a grandes rasgos: nacido en la ciudad hanseática de Reval -Dirk aplaudió al mencionarse su patria chica- en los tiempos en los que ésta formaba parte del Imperio Ruso. Rosenberg habla de su amor por el arte y la cultura, sus vivencias tras el estallido de la guerra del 14 y la Revolución Rusa, su llegada a Alemania y, finalmente, su empeño inquebrantable de luchar contra el marxismo y el judaísmo. Más o menos ahí finaliza la filmación, que aunque no llega a treinta minutos, me resultó pesada; el sonido horrible.

El caso es que cuando Dirk concluyó la proyección se levantó, enciendió la luz y, posicionándose con aire solemne ante la pantalla iluminada por el foco, clamó, imitando fielmente la voz de Rosenberg: "Y termino mis días en Núremberg colgado por el pescuezo". Y sueltó su risita de muñeco de ventrílocuo; la que tenía en sus días de cabaretero. Incluso imitó a continuación los jadeos de una persona estrangulada por una soga. Humor asqueroso.

Es sabido que Alfred Rosenberg murió ajusticiado en Núremberg, acusado de crímenes contra la humanidad. También escribió numerosos trabajos sobre historia, arte y filosofía mediante los cuales intentó sistematizar la doctrina nacionalsocialista.

            ¿Ha leído alguien Der Mythus des 20. Jahrhunderts  -El mito del siglo XX-, la magna obra del señor Rosenberg? No poseemos traducción alguna a nuestra lengua por lo que yo sé, así que quien no conozca el alemán deberá recurrir a alguna de las versiones disponibles en otros idiomas. A quien no la haya leído yo lo felicito; porque es pesadísima, insufrible, inasimilable -como esos elementos raciales que tanta repugnancia provocaban a su autor-; un fárrago de más de setecientas páginas pretendiendo dar crédito una peculiarísima teoría, a saber: que toda la historia de la humanidad es una pugna constante entre la raza nórdica y la semítica y que el único pueblo digno de llevar a cabo la unión de Europa es el alemán. Ese mito al que se refiere es la sangre; como si en los glóbulos se gestaran las ideas que engendran las civilizaciones. En varias ocasiones he intentado encontrar un mínimo de sentido en el maremágnum de fechas y cifras que dan forma a la criatura del doctor Rosenberg, al cual me imagino en una noche de tormenta con el cielo centelleante de actividad eléctrica, rasgando el papel con su pluma y gritando al final de cada párrafo: ¡It´s alive! ¡It´s alive!; como el doctor Frankenstein en la película de Whale.

            A Rosenberg yo lo definiría como un spengleriano de pacotilla. Su libro es un remedo mediocre de La decadencia de Occidente. Da la impresión de querer lucirse ante un grupo de estudiantes de filosofía, logrando únicamente que todo el mundo abandone el aula corriendo tan pronto como el autor amague una lectura en voz alta. Durante el III Reich fue un libro muy editado, pero poco leído. Rosenberg fue sin duda un hombre cultivado, pero eso no impidió que se comportara como un vil matarife en los cargos oficiales que aceptó, sobre todo el de ministro para los territorios orientales ocupados por el ejército alemán. Allí se ensañó cruelmente con su tierra natal rusa. Además, se dedicó a rapiñar las obras de arte de los países ocupados.

            Y con este tipo me he vuelto a encontrar al cabo de los años. Mi ejemplar de su “obra maestra” lo adquirí en Berlín allá por 1932. Nunca pensé que llegaría a escuchar su voz.

            Dirk no dejó descansar su sentido del humor, que con los años se ha vuelto tremendamente malsano, y continuó haciendo chistes con las ejecuciones de los colaboracionistas, repasando los indignos finales de los jefezuelos de los gobiernos pro nazis en los países ocupados: Quisling, Tiso, Laval...

            No, no encuentro divertida la suerte del autor de El mito del siglo XX -abandonado por los dioses de Asgard, pero sé que si fue ejecutado es porque fue el responsable directo de la muerte de miles de seres humanos –tal vez, algunos de ellos fueran compañeros suyos de sus años de estudiante en Riga- y no por las pedanterías  de su insoportable mamotreto.

            Volviendo a Reval: como antes dije, hay otra "sobresaliente" figura de esta ciudad –educado en ella, aunque austríaco de nacimiento- que se ha ganado mi desdén: el Barón Ungern-Sternberg, un sanguinario aventurero que acabó también ante un piquete de ejecución. Cuando Dirk menciona su ciudad natal, yo siempre lo provoco evocando a este personaje junto con Rosenberg. Él se defiende recordándome que también el actor Iván Triesault -¿de dónde lo sacaría Hitchcock?- era de Reval. Es verdad y, aunque éste no era un talento fuera de serie, atempera el mal sabor de boca que dejan sus otros dos paisanos.

            La tarde otoñal avanza fría, mientras Dirk y yo nos vamos emborrachando, cada uno en un sillón, mientras vemos por centésima vez el Nosferatu de Murnau. Soledad y   oscuridad en las calles. Las farolas sacudidas por el viento. El pasado, Europa devastada y habitada por monstruos.

 

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