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martes, 14 de septiembre de 2021

 

EL ARDOR GUERRERO DEL ALFÉREZ CHRISTOPH RILKE

Por Alberto David Ripoll

El espíritu heroico y belicoso que dominó Alemania desde la fundación del II Reich hasta 1945 es hoy difícilmente comprensible y ha sido, de hecho, vilipendiado y ridiculizado a partir de la fundación de la República Federal Alemana. Desde la caída del régimen nacionalsocialista Alemania se empeñó en transmitir al mundo la idea de que un nuevo país -democrático y pacifista- había nacido de las cenizas que el anterior -belicoso y agresivo- había dejado esparcidas por el centro y el este de Europa; como si el peso de toda la historia anterior de la nación no contara para nada y nada tuvieran ya que ver sus habitantes con ella. Una nueva era comenzaba para un país que habría de afianzarse como una potencia económica de primer orden mundial con una democracia sólidamente consolidada y un absoluto respeto por los derechos humanos; además de un distanciamiento escrupuloso de los símbolos nacionales extremos. Bienestar, cosmopolitismo y democracia caracterizaron a la República Federal Alemana durante décadas.

            En las décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX, el espíritu que reinaba en el Imperio Alemán era bien diferente. Una juventud apasionada, lectora de poesía y filosofía, había contemplado la transformación de su patria -antaño dividida en reinos más bien insignificantes y provincianos- en una gran potencia militar que se tenía por heredera del ardor guerrero de los antiguos príncipes germanos y que había sido capaz de derrotar a la vecina y poderosa Francia en la guerra de 1870-71 y erigirse en una potencia temible capaz de expandirse más allá del continente europeo con colonias en África y Oceanía que plantaran cara al mismísimo Imperio Británico.

            El II Reich alemán conservaba -a pesar de la fuerte industrialización del país y de la pujanza de los grandes magnates del acero y el gran poder de la banca- unas estructuras sociales arcaicas y feudales en las que la nobleza y los altos mandos del ejército marcaban las directrices de la vida de la nación con su poder prácticamente incontestable. El período que los historiadores conocen como Paz Armada duró 44 años. Desde el final de la Guerra Franco-Prusiana de 1870 Alemania no se había vuelto a involucrar en ningún conflicto bélico en Europa, lo que, para una nación que se había forjado en el ideal romántico y caballeresco de la guerra transmitía la impresión de que su sociedad se oxidaba y decaía envuelta en el afeminamiento del confort que los grandes avances científicos e industriales proporcionaban. Así, la guerra quedó idealizada. La literatura y la poesía alemanas -grandiosas de por sí- comenzaron a exaltar el espíritu del guerrero, a invocar una nueva Atenas que debía encontrar en Berlín su espíritu renacido. El viejo espíritu de los Caballeros de la Orden Teutónica fue repetidamente invocado por innumerables pensadores alemanes.

            Se dijo de los soldados alemanes que en su petate llevaban siempre un ejemplar del Zaratustra de Nietzsche y del Fausto de Goethe. Probablemente se trataba de un mito divulgado para enderezar el espíritu bélico durante las batallas de la Primera Guerra Mundial. De cualquier manera el mito era perfectamente aceptable en una sociedad que dos años antes del estallido de la gran contienda había leído con tanta pasión un librito de poesía titulado Die Weise von Liebe und Tod des Cornets  Christoph Rilke (La canción de amor y muerte del abanderado Christoph Rilke), al que le estaba esperado un éxito si
n precedentes en la historia de la lírica europea; una obra, precisamente, de tema bélico que hubiera sido más bien impensable en casi cualquier otro país de la Europa de entonces y cuyo autor era un poeta de 24 años llamado Rainer Maria Rilke; aún prácticamente desconocido fuera de los círculos literarios. Se trata de una narración en prosa poética dinámica, rítmica y llena de simbología referente al mundo del guerrero, la religión y la amistad de campamento que cuenta la historia de dos compañeros de armas -uno alemán, otro francés- los cuales toman parte en la llamada "Guerra contra los Turcos" (Siglo XVII, uno de los numerosos encontronazos violentos entre el imperio de los Habsburgo y el de los otomanos).

            De principio a fin de la narración todo es una continua cabalgada a través de las llanuras centroeuropeas, en pos de los turcos. Aguas empantanadas, cabañas miserables; apenas vegetación, apenas construcciones arquitectónicas de mención. Los dos jóvenes guerreros protagonistas cabalgan, acampan y hablan fugazmente de sus vidas pasadas, de lo que dejaron atrás. El alemán es Christoph Rilke, un supuesto antepasado del autor, con el cual éste se identifica plenamente hasta dejar su vida confundirse con la del personaje idealizado. La melancolía domina la historia, la soledad, la ausencia de la mujer salvo en el recuerdo (esa amada Magdalena que Christoph tiene en la cabeza todo el tiempo y que acaba por identificar con la Virgen María).

            El largo poema se supone escrito todo de un tirón tras una súbita inspiración que ocupó a Rilke una noche entera del año 1899; es decir, trece años antes de su publicación y gran éxito. Una noche en la que los rayos de la luna iluminaron las cuartillas del joven que, muchos años después, en su edad madura escribiría los bellísimos Sonetos a Orfeo y las Elegías de Duino, obras llenas de misterio y misticismo muy alejadas del universo heroico que lo absorbió aquella inolvidable víspera de fin de siglo.

            El espíritu de soldado y la idealización de la guerra quedaron asentados en Alemania hasta 1945; año en el que toda una era terminó bajo los escombros de la II Guerra Mundial y una nueva concepción del mundo y de la sociedad alemana y europea occidental -el del pacifismo a ultranza y la democracia junto con el estado de bienestar- se impusieron en las décadas subsiguientes hasta la actualidad. En este contexto, La canción de amor y muerte se encontraba más bien fuera de lugar y quedó fuera del círculo de obras de Rilke consideradas imprescindibles, en beneficio de un poeta más espiritual y recogido.

            Sin embargo, la pérdida del ardor guerrero no parece que le haya restado sentido ni belleza al poema. Hasta 2006 se estiman más de un millón de ejemplares editados conteniendo únicamente esta narración. Hoy, el espíritu europeísta parece haber retrocedido en Alemania y una nueva juventud ha roto viejos tabúes; se muestra mucho más la bandera en público, se llama más a su país por su nombre (Alemania, y no con el simple y desapasionado "República Federal"); se desconfía de la moneda única y se rechazan los rescates económicos de países en banca rota. Del miedo al islam, mejor no hablar.

 

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